jueves, 13 de agosto de 2009

La Relación Dialéctica entre Dirigentes y Masas.

México a 10 de agosto de 2009.


En la lucha política, desde hace mucho tiempo, se da una discusión profunda entre la relación que debe existir entre los dirigentes y las masas.


Por un lado, el socialismo real, creó una casta de dirigentes que en la vía de los hechos se pusieron por encima de la gente y tomaron ventaja de su posición política. No solo en el socialismo del siglo pasado ocurre esta relación de subordinación. En la mayoría de los casos los dirigentes políticos han obtenido ventajas de su posición. No son pocos los ejemplos de organizaciones en las que los dirigentes tienen, por el hecho de serlo, acceso a canonjías y ventajas que rompen la idea de una lucha igualitaria y que hacen de la posición de dirigente una aspiración en si misma y no un espacio de sacrificio y conducción en la lucha por la transformación de la sociedad; en muchos casos se convierte más en una escalera para subir en la sociedad actual que en un mazo que permita demolerla.


Por otro lado y en contraposición, sectores importantes del movimiento de masas han tendido a la horizontalidad total como forma de romper el verticalismo antes existente. Esta horizontalidad a toda costa ha derivado en otra serie de defectos y desviaciones que no son menores. Por un lado las decisiones, quedan en manos de “las masas” en abstracto. No importando si se da un proceso de preparación previa que capacite la toma de decisiones. Se apuesta por el igualitarismo negando acientíficamente las diferencias reales. Se permite que cualquiera decida sin importar los niveles de compromiso, preparación, organización, participación, militancia. Se diluye entonces la militancia revolucionaria en la idea abstracta de que “todos somos iguales”.


Así tenemos por un lado grupos con dirigentes plenipotenciarios que se ponen por encima del movimiento, de la gente, de las masas y por otro lado, masas que deciden todo sin ningún proceso previo de preparación, de formación política ni ninguna regla de compromiso. En ambos casos el resultado termina siendo catastrófico.


Vamos por partes para analizar este complejo tema.


La democracia burguesa.


En la historia occidental el tema de la democracia ha tenido connotaciones distintas. Desde la democracia griega en que “todos” decidían (un todos que no incluía a mujeres y esclavos), pasando por los espacios de representación parcial del Senado romano, hasta llegar a la época de los totalitarismos del régimen feudal.


La idea de que el poder, la soberanía, emana y recae en el pueblo, es una idea que surge del pensamiento ilustrado, de la sociedad burguesa que en ese momento trataba de nacer como forma de organización alternativa a la sociedad feudal con un contenido profundamente revolucionario, en su momento. En ese momento, las consignas de la Revolución Francesa eran claras, “Igualdad, Libertad y Fraternidad” Se logra un profundo avance en el pensamiento con la idea de que todos somos iguales, y su aplicación práctica es la ruptura con el mandato divino y el poder plenipotenciario de los monarcas. Se comienza a permitir la participación popular y se logran establecer al mismo tiempo las bases económicas para un nuevo modelo de acumulación, el capitalista, que supra por mucho al feudal y trae consigo progreso y desarrollo científico, tecnológico y económico, pero también nuevas formas de explotación y subordinación.


En la democracia burguesa, representativa, se incentiva la idea de que el pueblo es dueño de la soberanía, pero la delega en representantes populares que habrán de ejercerla en su nombre. Se construye un modelo, a partir de la nueva división de clases de la sociedad, en que la clase dominante consolida su opresión. Ya no es mediante la designación divina, consanguínea, que se define a los que habrán de hacer uso del poder. El poder se divide como clase y se crean los mecanismos que garanticen que la clase dominante mantenga el poder político. La alternancia de corrientes o individuos en los cargos de “representación popular” no significa, en ningún caso, la alternancia de modelo económico, político y social. Se mantiene al mando la clase creadora y beneficiaria del sistema.


En este sentido en que el pueblo delega en sus “dirigentes” el poder político, en una sociedad no igualitaria sino dividida aún en estamentos, se entiende como “natural” que los gobernantes accedan a los estamentos más altos y sean beneficiarios de la representación popular. Es entonces la clase política de la mayoría de los países capitalistas, una casta privilegiada que representa en los hechos los intereses de las burguesías nacionales (a partir del neoliberalismo y la globalización también, y a veces en mayor medida, los de las transnacionales).


La idea burguesa de la igualdad, niega en la imaginación las diferencias y por tanto, al declararlas inexistentes niega la necesidad de combatirlas. Según ellos, todos los hombres somos iguales y quien pone dedicación y empeño se supera. Por tanto quienes no se superan es porque no quieren y no ponen dedicación y empeño en ello. Así todos somos tratados como “iguales” sin serlo con lo que se profundiza el abismo de la desigualdad.


Pongamos un ejemplo concreto para que se entienda mejor la apreciación.


Si en una escuela o centro de trabajo o lugar en general hay una persona con discapacidad, que tenga que trasladarse en silla de ruedas para poder desplazarse ¿qué ayudaría más a abatir la desigualdad?, ¿qué la reconozcamos y en virtud de ella pongamos rampas y métodos de acceso desiguales para seres humanos, en la vía de los hechos, desiguales? O ¿qué neguemos en nuestra imaginación la desigualdad y al decir, en abstracto, que todos somos iguales, dejemos medios de desplazamiento iguales para hombres desiguales, es decir, escaleras únicamente en lugar de escaleras y rampas?, ¿qué ayudaría más a las personas discapacitadas?


Pues en el caso de la democracia pasa algo similar. Nos venden la idea de que todos somos iguales (en la imaginación) y por ello se dan métodos de participación idénticos para seres humanos, en la vía de los hechos, completamente desiguales, en donde los explotados y oprimidos no tienen las mismas posibilidades de participar y por ello se ven en desventaja, compiten en condiciones inferiores. Y es precisamente la maestría, en cuanto a dominación, que logra el marxismo con respecto al feudalismo. Como los oprimidos elegimos a nuestros opresores, sin dejar de lado la opresión en si misma, “adquirimos un compromiso” de respeto al pacto social y a nuestros gobernantes pues han sido electos por nosotros. Por otro lado, como los opresores son cambiados cada determinado tiempo, se da una idea de alternancia en el poder, cuando los que gobiernan, como clase, son esencialmente los mismos.


La Democracia Proletaria.


En la lucha por su liberación, la clase trabajadora ha experimentado diferentes formas de lucha que apuntan a diferentes formas de observar la democracia.


Desde el anarquismo, que plantea la necesidad de la colectivización de todas las decisiones abandonando todo tipo de estamentos y suprimiendo, de nuevo en la imaginación, todas las diferencias, apostando en muchos casos por la carencia de disciplina en contraposición al autoritarismo. Por otro lado están las formas marxistas de organización, muchas de ellas surgidas del leninismo que apuesta a la consolidación de las direcciones políticas para el movimiento de masas, pero que en muchos casos se ha convertido en la creación de una casta que se pone por encima del movimiento y saca provecho de él. En estas formas de organización se reconocen las diferencias y, en teoría, se apunta a desaparecerlas en la práctica (ya no solamente en el discurso o en la imaginación).


Otros de los mecanismos de organización son los consejistas, en donde la gran mayoría de los miembros del movimiento participan de manera directa en la conducción y posteriormente delegan en representantes electos por ellos, y en muchos casos amovibles, las responsabilidades prácticas del movimiento. En esta última forma de organización, que es un aproximada mediación entre las dos anteriores, se cae con frecuencia en algunas de las carencias de cualquiera de los dos casos. O por un lado el consejo es una pantalla pero en la vía de los hechos existe la misma casta dirigente, con privilegios, que se pone por encima de la masa y decide la mayoría de las cosas en su nombre, o se crea una situación anárquica en donde a final de cuentas todos hacen todo y nadie tiene obligaciones definidas, y en donde igual puede representar al consejo el compañero más preparado para ello que el menos preparado con lo que en la vía de los hechos se caen en profundos altibajos.


En todo caso, la organización de los trabajadores y el pueblo en la lucha por su liberación, es siempre un producto histórico que, sin lugar a dudas, toma en cuenta el lugar, la idiosincrasia, la correlación de fuerzas y el momento en que se desarrolla, pero es importante tomar en cuenta algunas consideraciones esenciales.


¿De dónde y cómo surgen los dirigentes de las masas?


Dice Engels que de una combinación entre la necesidad y la casualidad. Es decir. En un momento determinado del desarrollo histórico se plantea, a nivel del movimiento, la necesidad práctica de la lucha política y en ésta la necesidad de la conducción y surgen entonces las formas de dirección adecuadas para el momento histórico y surgen también los dirigentes que habrán de operar en dichas formas de dirección.


Es decir, Zapata tiene un significado histórico preciso, pero para que el Zapata histórico pudiera existir se necesito (la necesidad) que el Zapata humano naciera en la sociedad porfirista en donde las condiciones materiales estaban dadas para la revolución y para el surgimiento del Zapata histórico. Si el Zapata humano hubiera nacido en el seno de la sociedad inglesa victoriana, poco o nada habría valido su congruencia, determinación y propuestas, pues el campo no hubiera sido fértil para ellas y con ello no habría alcanzado la trascendencia. El Zapata histórico no hubiera nacido. Es decir, necesitamos forzosamente conjugar la necesidad (el momento histórico) con la casualidad (el nacimiento de los grandes hombres), para que éstos surjan como grandes dirigentes de masas.


En todo caso los dirigentes no surgen al margen de su sociedad, al margen de las masas. Los dirigentes surgen de ellas como un reflejo de lo más avanzado de su tiempo. Sin lugar a dudas, Marx tuvo que haber sido hegeliano para llegar posteriormente al marxismo. Los hombres no pueden nunca estar por encima de su tiempo y de su sociedad, pueden, si a caso, reflejar lo más avanzado de la misma.


Estos dirigentes no enseñan al movimiento de masas, aprenden de él y sintetizan la experiencia, la asimilan, pero en todo momento es el movimiento el que da las grandes lecciones a los dirigentes. Sin embargo el movimiento en abstracto no está en posibilidades de asimilar ni siquiera su propia experiencia, necesita a estos hombres, a estos dirigentes, a estos catalizadores, para poder sintetizarlos. Entonces, en una relación dialéctica, el movimiento enseña a los dirigentes que a su vez logran sintetizar, asimilar los conocimientos aprendidos de la práctica, del movimiento mismo, y los regresan a la masa para que ésta asimile su propia experiencia y logre desarrollarse.


Es esta una de las principales partes de la relación dialéctica entre dirigentes y masas. Marx entendió el capitalismo y el movimiento obrero a partir de su participación en las luchas por la emancipación de la clase obrera. Abrevó de su experiencia. Marx no propuso la comuna de parís, surgió de la necesidad del movimiento. Pero también con toda seguridad, podemos decir que Marx, aprendió más de ella y la entendió mejor que la inmensa mayoría (tal vez todos) de los obreros que participaron en ella. Tomó de la comuna las lecciones teóricas y prácticas, las sintetizó, las explicó, las asimiló y las devolvió a las masas de una forma más asequible que ha nutrido al movimiento revolucionario mundial.


Los dirigentes entonces, y en resumen, surgen de entre las masas, aprenden de ellas y sintetizan el aprendizaje para regresarlo a las masas de una forma más didáctica, al mismo tiempo utilizan esa asimilación superior del movimiento de masas, para tomar de él los principales elementos y darle una conducción política adecuada. Surgen de la necesidad planteada en un momento histórico dado y de la casualidad de su surgimiento en el momento preciso.


La relación de subordinación entre dirigentes y masas.


Uno de los principales problemas que surgen al abordar el tema de la dirección política de las masas es el tema de la subordinación entre dirigentes y masas. De nuevo, por un lado están las tendencias anárquicas en las que se prescinde de los dirigentes y se habla de la ausencia de su necesidad, cayendo en tendencias faltas de orden y organización. Por otro lado están las tendencias militaristas en donde la relación de subordinación se da de la masa hacia los dirigentes y en el peor de los casos se subordinan los intereses de las masas a los intereses del dirigente. En la parte media de las dos tendencias está la organización consejista en la que, si se sigue a rajatabla, en muchos casos termina por desaparecer la dirección política con los consecuentes vaivenes y devenires en el proceso de la organización, en otras ocasiones, pese a la dinámica consejista, se impone la creación de un grupo dirigente que se pone por encima de las masas y que subordina a éstas.


El problema no está en la presencia o ausencia de dirigentes. En todo caso los dirigentes políticos son un hecho concreto, demostrado por la historia y por la necesidad práctica del movimiento. El problema está principalmente con las formas de subordinación entre dirigentes y masas, y más aún, con las formas de subordinación entre los intereses de los dirigentes y los intereses de las masas.


De nuevo en este tema tenemos una relación dialéctica y de mutuo nutrimento.

En las relaciones de subordinación, lo indispensable es que los dirigentes sean electos por las masas, surjan de ellas, de lo más destacado de sus luchas específicas, de entre los más comprometidos con las práctica y el estudio del movimiento revolucionario, compañeros de honestidad probada que sean capaces de anteponer los intereses del movimiento a los intereses personales. En todo momento los dirigentes políticos deben estar sujetos al escrutinio de las masas y poder ser removidos por ellas en el momento en que incumplan las labores para las cuales han sido electos. En todo momento los intereses particulares de los dirigentes se supeditarán a los intereses generales del movimiento. Es esa la relación de subordinación de los dirigentes hacia las masas.


¿Dónde entonces está el papel de la dirección? El dirigente debe ser el más preparado, el más comprometido, el que más se haya destacado en la lucha de las masas, no solo en la parte práctica de la misma, sino en el estudio y asimilación de la teoría revolucionarias, en su comprensión y difusión entre las masas. El dirigente debe ser el más comprometido y el más sacrificado, el que más tiempo y vida dedique al proyecto y el que tenga más responsabilidades a su interior.


La labor de dirección no es en la parte de los intereses de las masas. No es en la definición de los objetivos los cuales deben darse de manera colectiva. El dirigente es un cuadro ejecutivo, operativo y conductor en la táctica revolucionaria. Las masas definen el qué, el dirigente con su mayor experiencia y visión pone a consideración el como. Si su visión se corresponde con la realidad, los resultados serán óptimos, y las masas reivindicarán su confianza en la conducción política.


El dirigente debe en todo momento coadyuvar a la formación de cuadros políticos, de nuevos dirigentes que ayuden a conducir las cada día más amplias y diversas tareas del movimiento de masas si es que éste es bien conducido. El dirigente debe a su vez impulsar todas las actividades necesarias para la formación política de las masas. Para que cada día sean menos necesarios los dirigentes y las masas adquieran capacidad autogestiva, de autoconducción.


Es en la vía de los hechos, no en la imaginación, como desaparece la necesidad de los dirigentes y con ello los dirigentes mismos. Es resolviendo de manera concreta las diferencias como se logra la igualdad, no creyendo en la igualdad como artículo de fe.


Los dirigentes son una parte del proceso revolucionario, el cual por las condiciones reales del capitalismo, no puede ser ni completamente horizontal, ni mucho menos vertical. El verticalismo a toda prueba reproduce las relaciones de dominación capitalista. La horizontalización a ultranza niega las diferencias reales y no ayuda a corregirlas, con lo que a la larga termina reproduciéndolas.


En una próxima entrada algunos elementos más, que ayuden a dilucidar como debe ser la relación de dirección en concreto en la organización revolucionaria de las masas.


Por el Movimiento Revolucionario de Masas, Franky.

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